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Trabajar, criar y tratar de vivir

  • Foto del escritor: Sara Toro Ramos
    Sara Toro Ramos
  • 9 jul 2018
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 14 jul 2018

Con su piel morena, cabello recogido con trenzas, caminado elegante y una mirada profunda; Doña Encarnación, desde hace 17 años, entre trapeadoras y escobas ve pasar su vida en los pasillos de la Universidad Pontificia Bolivariana a donde llega todos los días dando gracias a Dios por permitirle estar allí.


A los 12 años comenzó a trabajar en casas de familia y desde ese instante no ha parado; ha laborado en fábricas, restaurantes, haciendo postres, vendiendo chuzos y empanadas. En la actualidad se desempeña en servicios generales, pero como con ese solo salario no le alcanza, también es acompañante de bus escolar, vende obleas, Zenú y Leonisa; “cuando yo me veo acosada con plata, el espíritu mío es trabajar más”.


Es de Pueblo Rico, Risaralda, pero ama la ciudad. Después de un episodio que vivió a los 7 años de edad, donde un señor llegó muerto al hospital luego de haber sido transportado durante horas en una camilla de madera, se cansó de la negligencia y de la falta de oportunidades del campo. Desde ese momento le rogó a su mamá que se fueran a Pereira porque, además, la soledad del campo la hacía sentir como si estuviera muy alejada del mundo y “empieza mi corazón a afligirse y a sentir tristeza, porque yo soy muy amiga de la bulla, de la ciudad, de los rascacielos, de las cosas bonitas y de las luces”.


Se fue a Pereira en contra de su mamá y se dedicó a hacer lo que lleva haciendo desde hace 52 años, rebuscarse la vida. Cuando llegó le tocó trabajar y darse ella el estudio porque su familia no se lo quiso seguir patrocinando. Después de un tiempo tuvo que parar porque le estaba quedando muy pesado, a pesar de que no pudo cumplir la promesa que su madre le había hecho a su padre antes de morir, “prométame que usted a la chiquita no me la va a dejar sin estudio”.


Su vida se ha basado en trabajar, criar una sobrina y 4 hijos, de los cuales, el mayor es sordo mudo. Por tal motivo, en busca de escuelas que lo ayudaran a progresar, Doña Encarnación, hace 27 años, llegó a Medellín con el deseo de ser feliz, vivir en donde se sintiera cómoda y tratar de cumplir su mayor sueño “escuchar a mi hijo hablar”.


“No hubiera querido trabajar en esto, es mentirosa la persona que diga que quería trabajar barriendo y trapeando, pero alguien tenía que hacer este trabajo y esa fui yo”, a pesar de eso Doña Encarnación ama la UPB porque no solo le ha permitido trabajar durante tantos años, sino, que también, gracias a la beca que le otorga, dos hijas pudieron estudiar allí. Su satisfacción más grande es saber que, a pesar de que su esposo se murió, pudo darle estudio a todos sus hijos en las mejores universidades de la ciudad.


Al principio sufrió muchas humillaciones por su color de piel, pero eso no le importó porque se siente orgullosa de ser lo que es y como es, aunque le da tristeza que las personas no valoren el trabajo que realiza y que la miren “por debajo de los hombros”, como si ella no valiera lo mismo que todos. Doña encarnación no se cree menor a nadie, ni siquiera a los profesores o directivas de la Universidad, porque ella afirma que todos “somos compañeros de trabajo”.


Lo que más la indigna es que las personas crean que porque trabaja en eso es la más pobre y que no vive bien, por lo que le ofrecen sobrados de comida, ropa usada y cada que sucede una tragedia de casas arrasadas por desastres naturales le pregunten si su casa fue de las afectadas. Cuando ocurre esta situación, ella responde: “tranquila señora, yo he trabajado mucho para vivir bien y a pesar de que barro y trapeo no soy pobre, yo también vivo en un edificio que tiene de todo y como bien”, porque “uno no debe ser tan soberbio pero tampoco tan humilde” para aceptar las migajas y lástima de los demás.


La atormenta no saber qué hay después de la muerte, tener que dejar a sus seres queridos y que su voz no vuelva a ser escuchada, “Yo le tengo mucho miedo a la muerte, demasiado miedo…No me gustaría morirme, no me gustaría desaparecer”. Por esto, hace 15 años, luego de una búsqueda constante decidió convertirse en Testigo de Jehová, con el fin de encontrar respuestas que la tranquilizaran y le dieran esperanza. Ahora no se imagina su vida sin la compañía de Dios y le agradece diariamente por lo misericordioso que ha sido con ella.


Doña Encarnación se ha preocupado por progresar. Ha hecho cursos de inglés, informática y pastelería. Ha sido una madre juiciosa, trabajadora y luchadora, que ha hecho muchos esfuerzos por sacar a sus hijos adelante “menos robar y vagabundear”. En unos años se imagina disfrutando de la pensión, metiéndose a piscina, saliendo a dar paseos con sus nietos y predicando el evangelio. Anhela una vejez tranquila haciendo “todas las cositas que no puedo hacer por trabajar tanto”.

 
 
 

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