Entre hamacas y libros
- Sara Toro Ramos
- 4 jul 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 8 jul 2018
El Hamaquero, un personaje emblema de Medellín, ha dedicado su vida a los libros, sumergiéndose en la literatura mientras ha sido acompañado por algunos de los más grandes intelectuales de la ciudad.

Con los libros en costales, de chanclas, mochila y su barba hasta el pecho sin arreglar en años, el Hamaquero llega a aquel lugar que describe como el paraíso; la Fiesta del Libro. En un rincón de la carpa Libros Leídos procede a vaciar sus costales para descubrir qué ejemplares había sacado de su pequeña librería, ya que él no se fijaba en cuales llevar, sino, tan solo, en los que le cupieran.
Gustavo Zuluaga, un hombre controversial, amado por muchos pero odiado por otros, lleva 32 años haciendo lo único que sabe hacer; ser librero. Comenzó vendiendo hamacas en la avenida La Playa y el intelectual Alberto Aguirre solía tomarle fotos y publicarlas con el título: el Hamaquero. Desde entonces Gustavo dejó de ser Gustavo para convertirse en esa persona que todos reconocen bajo este apodo.
Después de vender libros en la Universidad de Antioquia, con la ayuda de su amigo José Manuel Arango, fundó una librería al frente de esta universidad, la cual llamó Corporación José Manuel Arango, en honor al poeta cuando murió.
“José Manuel, Juan José Hoyos y yo éramos los tres bohemios, andábamos para arriba y para abajo juntos” y de allí nació su amor por el periodismo, aquella profesión por la que se declara enamorado y la cual le debe mucho, dado que fue él quien hizo que Ricardo Aricapa se saliera de ingeniería para estudiar lo que verdaderamente amaba. A pesar de esto, el hamaquero no sería capaz de ejercerlo en medios de comunicación, porque él es un periodista de la calle y la vida es la que da el carné de periodista.
Acariciando su barba y haciendo un pequeño remolino con ella, el Hamaquero afirma que ser librero le pareció un oficio muy digno, muy bonito y con eso no engañaba a nadie; por esto, reconoce que en su librería está su corazón. Su pasión por los libros y por ser librero fue surgiendo de manera paralela. Empezó a amar la literatura al leer escritores orientales, pesimistas, escépticos y de la corriente del nadaísmo; de los cuales, ha escrito alrededor de 20 antologías que él cataloga como “libritos artesanales pero bien hechecitos”.
Gracias a la “alcahuetería” de su familia ha podido sostenerse a pesar de los días malos en los que “no hay ni para el almuerzo”, pero aun así, nunca se ha quejado de su profesión. Ama ser librero. Como dice su hermano, “cuando Gustavo se quiebre como librero hay que montarle otra librería”. El Hamaquero consigue sus libros de segunda en “cualquier hueco, pocilga y desahucio de la ciudad” o también, aprovecha cuando algún intelectual muere para comprar su biblioteca.
Tras haber tomado un sorbo de tinto, con dos sobrecitos de azúcar, el Hamaquero narra que ve los libros como una forma de supervivencia, porque son los que le dan de comer. Lo han llamado “librero indiscriminado” por vender de todo, sin importar si le gusta o no, y sin limitarse solo a los clásicos. El Hamaquero nombra la biblioteca de su casa, como “el reblujerito”, porque es pequeña y no tiene ninguna “joyita”; dado que, esas, las tiene que vender para vivir.
Su librería es un “despelote” y cada que alguien llega él le explica que la dinámica es: “encuentre usted el libro”, porque él no se acuerda qué tiene ni hace inventario. “No tengo memoria porque no me interesa y no tengo ningún orden porque no me gusta el orden, me gusta el desorden, el caos”.
Así es el Hamaquero, uno de los libreros más reconocidos y queridos por la ciudad de Medellín; que a pesar de haber tenido que adaptarse al mundo capitalista para lograr vivir, sigue siendo un librero típico, tradicional y amante de su oficio. “Yo no tengo manera de ser distinto a lo que soy, yo lo único que se hacer es vender libros y sobrevivir vendiendo libros…no soy capaz sino de ser librero”.
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