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Detrás de los personajes animados que decoran Medellín

  • Foto del escritor: Sara Toro Ramos
    Sara Toro Ramos
  • 4 jul 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 jul 2018

Foco, uno de los personajes más representativos del grafiti en la ciudad de Medellín, cuenta su historia y cómo esta rompe con todos los estigmas que se tienen frente a este arte en donde muchos dicen llamarse grafiteros pero muy pocos, según él, realmente lo son.

Grafiti de Foco

Es ingeniero de materiales, comunicador de lenguajes audiovisuales, tiene una maestría en animación y es grafitero. Así es Foco, un hombre barbado y de gafas negras, que con el fin de no olvidar los momentos importantes de su vida, tiene la mayor parte de su cuerpo tatuada. Aun así, no es un criminal o un drogadicto, porque “lo que importa no es el envoltorio, sino, lo que uno es”.


Sin apoyo de sus padres decidió perseguir sus sueños y cambiar el dinero por la felicidad. Lo creían “malabarista de semáforo” y ha sido muy duro que acepten su proceso en el arte. Al igual que le sucede a Nosk, grafitero del corregimiento de San Cristóbal, quien para su papá, él es un gamín a pesar de que estudió Mecánica Industrial.


Grafitero, una palabra que se ha ido estigmatizando a lo largo de los años, creyendo que es un oficio para personas que no tienen nada por hacer. Pero Foco, es tal vez uno de los pocos docentes de Comfenalco, al que legalmente, por carga laboral, no se le pueden dar más horas a pesar de que todos los jóvenes quieran recibir clases con él. A través de sus clases de comic, fotografía, muralismo, entre otras, pasa su vida dándole amor a niños que sufren grandes problemáticas sociales y enseñándoles “que la vida es muy dura pero que uno la puede hacer más amable”.


Su grafiti es para los niños y por eso siempre pinta caracteres de muñecos animados que sonríen, porque “el país ya está muy puteado y es una forma de alegrarle el día a la gente a través de un lenguaje universal, la sonrisa”.


Contrastes dentro del grafiti desde la perspectiva de Foco

Comenzó cuatro años atrás con el juego del “gato y el ratón”, haciendo bombardeo, daños y grafiti ilegal. Ahora, lo hace legal y de manera más consciente, porque no le quiere dañar las fachadas a personas que no tienen con qué arreglarlas. Por esto, prefiere hacerlo en puentes donde no molesta a nadie o en locales en los que de día Foco no está, pero de noche, cuando se baja la reja, Foco aparece.


A pesar de su personalidad jocosa, relajada y abierta a los demás, Foco, agarra sus tarros de aerosol y sale a la calle a pintar solo. Otros grafiteros lo llaman “el gomelo del grafiti” porque es estudiado, trabaja y vive en un buen sector de la ciudad, sabiendo que “lo que importa no es la plata sino lo que uno pinte”. Hay mucha envidia, egocentrismo y una competencia constante por quién es el mejor, mientras que el grafiti debería ser paz y arte.


Muchos grafiteros se dejan identificar el rostro, totalmente contrario a lo que en realidad es el grafiti: un oficio ilegal, vandálico, en el que se debe permanecer encubierto y en total confidencialidad. Solo es real aquel que se ve pintando en la calle pero que nunca se sabrá quién es, dado que, no le interesa la fama, entrevistas ni ser contratado por la Alcaldía u otras entidades. Por eso, Foco, ha decidido llamar a su trabajo y al de muchos otros “grafiteros”, muralismo; producto de todas las contradicciones que este oficio contiene.


Foco, una persona de contrastes, crítico y fuerte en sus argumentos, pero profundamente sensible, contemplativo de la vida, amante de las motos, los animales, del cine, el teatro y de bailar salsa. Vibra con el punk pero no le molesta un reggaetón. Cálido como los tonos pasteles y el rosado, su color preferido. Montaba patineta y tenía una banda musical, pero descubrió que el pintar lo hacía más feliz y si quería ser bueno no podía hacer tantas cosas al tiempo.


Ahora Foco, quien decidió nombrarse así con el fin de preocuparse diariamente por ver la vida de manera nítida y sin perder el rumbo, solo busca estar cien por ciento enfocado en lo que hace. No quiere dejar sus niños. Seguirá haciendo muralismo toda su vida, no solo como una forma de expresión, sino, como su propio camino hacia la felicidad.

 
 
 

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